Mis dos países, México y los Países Bajos,
están en los extremos cuando hablamos de vida democrática. La diferencia entre
los procedimientos electorales se mide en años luz.
En México existe un registro de electores y una credencial para votar. El día de las elecciones hay que ir a la casilla correspondiente, enseñar la credencial, aparecer en el padrón y votar. En los Países Bajos no hay ni registro ni credencial. Unas semanas antes de las elecciones llega por correo ordinario la "invitación" para votar. Basados en el registro civil de cada ciudad, a todos los ciudadanos en edad de votar les llega este documento a su domicilio principal, en caso de ser propietario de dos o más casas.
En el reverso de esta "invitación"
hay un apartado que permite darle el poder a otra persona para votar en su
nombre, en casos de enfermedad, viajes o alguna otra causa que haga imposible
al titular acudir a las casillas.
El día de las elecciones sólo se requiere
llevar ese documento y una identificación oficial. Nada de credencial especial
ni órganos electorales que le cuesten más a los contribuyentes. La gente confía
en el procedimiento y los resultados.
En México fue necesario crear un organismo
electoral para que se encargara de las elecciones, pues 70 años de imposiciones
y trampas por parte del Partido Revolucionario Institucional, no tenían cabida
en los nuevos tiempos; los tiempos de los observadores electorales, los tiempos
donde la apatía de la gente se transformó en apasionado interés, los tiempos
donde hay que demostrar que la democracia en verdad existe.
En los Países Bajos no saben qué es una
"urna embarazada" ni qué es la "operación carrusel", ni qué
es el " dedazo". El primer caso se refiere a las urnas donde se
depositan votos por determinado candidato aún antes de que abran las casillas. La
"operación carrusel" es llevarse la urna después de la jornada
electoral, sacarle los votos y llenarla con boletas marcadas por el candidato en
cuestión. Y el "dedazo" es que el presidente saliente elija a su
sucesor, sin pasar por elecciones internas, consultas, plebiscitos o cualquier
otro método democrático que ponga a los aspirantes en igualdad de
circunstancias.
El correo en México es un desastre. Tanto
así, que bancos y otras empresas optan por tener sus propios mensajeros, así
que el método del envío de la "invitación" sería imposible. Luego el
tema de otorgarle el poder a otra persona para votar en su nombre, se prestaría
sin dudas a la compra de votos, como
ocurre desde siempre en México.
En los Países Bajos no hay entrega de
despensas, materiales de construcción, regalos o dinero a cambio del apoyo a
determinado candidato. Los presupuestos de campaña son infinitamente menores y
se analizan con lupa. Se escandalizan ante actos de corrupción que
consideraríamos normales en México, como darle uso privado a un vehículo que es
oficial, o que algunos sueldos rebasen el salario del presidente.
Para ellos es propio de un país
"bananero" que ocurran cosas como el enriquecimiento ilícito de los
políticos, que existan conexiones entre gobernantes y narcotraficantes, que no
haya castigo a los corruptos y que se gasten fortunas en procesos electorales
que dejan mucho que desear si se habla de transparencia y democracia.
Vivir en dos países tan opuestos hace muy
duro el darse cuenta de lo atrasados que estamos en democracia en México, pero
también esa condición me demuestra que hacerlo mejor es posible.
Dianeth Pérez Arreola (México) esegresada del Máster en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial. Licenciada en Ciencias de la Comunicaciónpor la Universidad Autónoma de Baja California, actualmente vive y desempeñasuactividad en Leiden (PaísesBajos).
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