lunes, 28 de mayo de 2012

¿CÓMO NEGOCIAR (O NO) CON UN PAÍS ENTERO?

 
Escribe Adrian Elliot

La realidad política europea no para de asombrarnos. Ya no existen esquemas válidos para medir lo que ocurre cada día a nuestro alrededor, y menos para poder vislumbrar el desenlace final. ¿Saldrá Grecia finalmente del euro? ¿Vamos encaminados a la fragmentación de un proyecto de construcción cuidadosamente elaborado durante más de medio siglo? ¿Se tratan sólo de complejas negociaciones que luego son dramatizadas por los medios mediante imágenes que parecen prever poco menos que el apocalipsis?

El caso es que lo que ocurre estos días con Grecia tiene algunos elementos de todo lo que acabo de describir. Efectivamente, se trata de una negociación dura, que además ya lleva años, entre los griegos, sus acreedores y los demás gobiernos que se verán afectados por las decisiones que finalmente se tomen en Berlín o en Atenas. Y dentro de esta negociación, el que parece tener más cartas con las que jugar es también, paradójicamente, el eslabón más débil.

Pase lo que pase, los griegos lo van a pasar mal, sin embargo, no se sabe exactamente cuánto, ni cuál de las soluciones será más eficaz para mitigar el dolor. Parece que nadie quiere, por lo menos de momento, que Grecia se vaya de la eurozona, sobre todo por el efecto de contagio que puede tener la constatación de un escenario que no está previsto en ninguno de los estatutos de la Unión. Sin embargo, la vuelta a la dracma y su posterior devaluación también crearían una situación dramática tanto para los acreedores, que tendrían que asumir el impago de la deuda griega, como para los ciudadanos del país heleno, abocados a varios años de inflación y de bajada de su nivel de vida. El mantenimiento del euro, en cambio, puede condenar a Grecia a muchos años de estancamiento, con el continuo riesgo de que tarde o temprano la moneda única caiga por su propio peso.

Lo que más me llama la atención de esta crisis es que después de tantos meses de protestas de los ‘indignados’ de medio continente contra la falta de democracia y de poder ciudadano, al final no es ni François Hollande, ni Angela Merkel, ni Barack Obama, ni Mario Draghi, el que vaya a decidir el próximo capítulo de esta historia sino los propios ciudadanos griegos. Los políticos, los banqueros y los especuladores están, hoy por hoy, con cada una de sus acciones, negociando directamente con un pueblo soberano que dentro de menos de un mes tendrá que votar en unas elecciones decisivas para el futuro del continente.

Es una situación realmente insólita en una región en la que hace apenas cinco años, se consideraban a las elecciones como un asunto interno de cada país, en las que nadie más interfería, al menos públicamente. Ahora leemos diariamente como los líderes europeos instan a los griegos a ‘ser responsables’ y a votar a los mismos partidos desacreditados contra los cuales han centrado todas sus protestas. Es mensaje es claro: “Si votas a Syriza –la coalición de la izquierda radical-, votas para salir del euro”.

El problema con esta estrategia es que, a diferencia de otras negociaciones, todo el mundo sabe cuáles son las cartas que maneja su contrincante, o por lo menos así lo cree, y en el caso de los votantes griegos no parece que vayan a dar el brazo a torcer. Los costes para la Unión Europea de la reaparición de la dracma serían enormes, no sólo por el gasto que conlleve el impago griego sino también por las medidas que habría que aplicar para crear un cortafuegos lo suficientemente resistente como para evitar que Portugal, España o Italia se convierta en el siguiente blanco de los mercados de deuda; y por esta razón muchos en Grecia creen que incluso con una victoria de la izquierda la UE se verá obligada a hacer más concesiones para evitar males mayores. Sólo así se puede justificar que mientras el 85% de los griegos quiere mantenerse en el euro, todos los sondeos parecen pronosticar la victoria de un partido que se opone al cumplimiento de los compromisos de pago del déficit.

De todas formas, el gobierno alemán sigue creyendo que las amenazas son la mejor forma de salir del atolladero, aunque, al presentarlas, abran la caja de Pandora de la ruptura del euro y generen una tormenta en los mercados de suficiente gravedad como para poner en juego no sólo con la participación de Grecia en la moneda común, sino la de la mayoría de los países periféricos. Como ya viene siendo habitual, los políticos han esperado hasta el último momento para actuar y sólo una vez que hayan quemado todos sus cartuchos, han decidido jugar con fuego para intentar prevenir una muerte que ya está más que anunciada. Los votantes decidirán pero parece que ya es tarde para que su decisión, sea cual sea, haga un gran favor al resto de Europa o del mundo.

Adrian Elliot (España) es egresado del Máster en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial de la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Director de Cuentas de Grayling España.

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