El caso es que lo que ocurre estos días con Grecia tiene
algunos elementos de todo lo que acabo de describir. Efectivamente, se trata de
una negociación dura, que además ya lleva años, entre los griegos, sus
acreedores y los demás gobiernos que se verán afectados por las decisiones que
finalmente se tomen en Berlín o en Atenas. Y dentro de esta negociación, el que
parece tener más cartas con las que jugar es también, paradójicamente, el
eslabón más débil.
Pase lo que pase, los griegos lo van a pasar mal, sin
embargo, no se sabe exactamente cuánto, ni cuál de las soluciones será más
eficaz para mitigar el dolor. Parece que nadie quiere, por lo menos de momento,
que Grecia se vaya de la eurozona, sobre todo por el efecto de contagio que
puede tener la constatación de un escenario que no está previsto en ninguno de
los estatutos de la Unión. Sin embargo, la vuelta a la dracma y su posterior
devaluación también crearían una situación dramática tanto para los acreedores,
que tendrían que asumir el impago de la deuda griega, como para los ciudadanos
del país heleno, abocados a varios años de inflación y de bajada de su nivel de
vida. El mantenimiento del euro, en cambio, puede condenar a Grecia a muchos
años de estancamiento, con el continuo riesgo de que tarde o temprano la moneda
única caiga por su propio peso.
Lo que más me llama la atención de esta crisis es que después
de tantos meses de protestas de los ‘indignados’ de medio continente contra la
falta de democracia y de poder ciudadano, al final no es ni François Hollande, ni Angela Merkel, ni
Barack Obama, ni Mario Draghi, el que vaya a decidir el próximo capítulo de
esta historia sino los propios ciudadanos griegos. Los políticos, los banqueros
y los especuladores están, hoy por hoy, con cada una de sus acciones,
negociando directamente con un pueblo soberano que dentro de menos de un mes
tendrá que votar en unas elecciones decisivas para el futuro del continente.
Es una situación realmente insólita en una región en la que
hace apenas cinco años, se consideraban a las elecciones como un asunto interno
de cada país, en las que nadie más interfería, al menos públicamente. Ahora
leemos diariamente como los líderes europeos instan a los griegos a ‘ser responsables’ y a votar a los mismos
partidos desacreditados contra los cuales han centrado todas sus protestas. Es
mensaje es claro: “Si votas a Syriza –la
coalición de la izquierda radical-, votas
para salir del euro”.
El problema con esta estrategia es que, a diferencia de otras
negociaciones, todo el mundo sabe cuáles son las cartas que maneja su
contrincante, o por lo menos así lo cree, y en el caso de los votantes griegos no
parece que vayan a dar el brazo a torcer. Los costes para la Unión Europea de
la reaparición de la dracma serían enormes, no sólo por el gasto que conlleve el
impago griego sino también por las medidas que habría que aplicar para crear un
cortafuegos lo suficientemente resistente como para evitar que Portugal, España
o Italia se convierta en el siguiente blanco de los mercados de deuda; y por
esta razón muchos en Grecia creen que incluso con una victoria de la izquierda
la UE se verá obligada a hacer más concesiones para evitar males mayores. Sólo
así se puede justificar que mientras el 85% de los griegos quiere mantenerse en
el euro, todos los sondeos parecen pronosticar la victoria de un partido que se
opone al cumplimiento de los compromisos de pago del déficit.
De todas formas, el gobierno alemán sigue creyendo que las
amenazas son la mejor forma de salir del atolladero, aunque, al presentarlas,
abran la caja de Pandora de la ruptura del euro y generen una tormenta en los
mercados de suficiente gravedad como para poner en juego no sólo con la
participación de Grecia en la moneda común, sino la de la mayoría de los países
periféricos. Como ya viene siendo habitual, los políticos han esperado hasta el
último momento para actuar y sólo una vez que hayan quemado todos sus cartuchos,
han decidido jugar con fuego para intentar prevenir una muerte que ya está más
que anunciada. Los votantes decidirán pero parece que ya es tarde para que su
decisión, sea cual sea, haga un gran favor al resto de Europa o del mundo.
Adrian Elliot (España) es egresado del Máster en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial de la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Director de Cuentas de Grayling España.
Adrian Elliot (España) es egresado del Máster en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial de la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Director de Cuentas de Grayling España.
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